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Las lesiones de los meniscos son de los trastornos más frecuentes, no sólo en deportistas, sino en la población general. Su frecuencia de aparición es de 61 casos /100000 personas – año, observándose tanto en población joven con alta demanda física como en personas mayores con signos degenerativos articulares.

Hay dos meniscos, el interno y el externo, de los cuales el primero es el que se lesiona con más frecuencia de forma aislada. La lesión del externo se ve con más frecuencia asociada a la lesión del ligamento cruzado anterior.

De forma general, hay dos tipos de roturas meniscales: las traumáticas y degenerativas. Las roturas traumáticas se producen habitualmente en personas jóvenes, tras un giro de rodilla o un traumatismo sobre la misma. Suelen cursar con dolor agudo que aumenta a lo largo de los días. Dependiendo de la morfología de la rotura, el fragmento desprendido puede producir el bloqueo de la rodilla, tal y como sucede con las “roturas en asa de cubo”, lo que ocasiona un intenso dolor e incapacidad para doblar o extender la articulación. El segundo tipo son las roturas degenerativas, que se producen como parte del proceso de degeneración artrósica de la rodilla en personas por encima de los 50 años aproximadamente. Muchas veces no tienen un desencadenante claro, y con frecuencia producen un dolor sordo, crónico, que puede ser incluso bien tolerado, a diferencia de las roturas traumáticas.

El diagnóstico se hace atendiendo a los síntomas. Los datos que más ayudan a los traumatólogos a sospechar la lesión son el mecanismo de producción, la localización del dolor y sus características. Un aspecto muy importante es que con mucha frecuencia aparecen asociadas a otras lesiones, como roturas del ligamento cruzado anterior o del ligamento colateral interno, que deben ser también descartadas.

La radiografía simple y la resonancia magnética son las pruebas complementarias más útiles para confirmar la lesión. La primera se emplea para conocer el grado de degeneración de la rodilla, y la segunda sirve para visualizar directamente el menisco.

El tratamiento depende del tipo de rotura meniscal, de las lesiones asociadas, y de los síntomas. Las roturas traumáticas en personas jóvenes son muy mal toleradas, por lo que la intervención quirúrgica se suele recomendar. La artroscopia de rodilla es la técnica quirúrgica que se emplea para tratar las lesiones del menisco. Si el fragmento de menisco roto es grande, está bien conservado y se encuentra en una zona con abundante vascularización que permita su cicatrización, se intenta su sutura. En cambio, si el fragmento está muy degenerado o se prevee que no tiene suficiente potencial de cicatrización, se suele optar por eliminarlo (lo que se conoce como meniscectomía), siempre intentando dejar la mayor cantidad de menisco sano dentro de la rodilla.

En las roturas degenerativas, existe actualmente un cambio en la tendencia del tratamiento por parte de los cirujanos ortopédicos. Como se ha comentado antes, son roturas que se pueden tolerar mucho mejor, y que se producen como parte de un proceso mucho más amplio, que es la degeneración articular de la rodilla. Además, estudios a largo plazo han demostrado que no hay grandes diferencias entre los resultados de la meniscectomía y el tratamiento conservador, por lo que ante roturas bien toleradas, solemos optar por no operar y manejar los síntomas con analgésicos, modificación de hábitos de ejercicio, control del peso, infiltraciones, etc; reservando la intervención únicamente en pacientes muy sintomáticos.

Si al final se opta por la intervención quirúrgica, la recuperación depende del tipo de operación realizada. En la meniscectomía se permite el apoyo precoz (el mismo día o el día siguiente) y ejercicios de movilidad libre, por lo que el paciente podrá retomar sus actividades cotidianas en un corto período de tiempo. En caso de que se haya llevado a cabo una sutura meniscal, la recuperación es mucho más lenta ya que hay que dar tiempo a que el menisco suturado cicatrice. Se suele recomendar un período sin apoyo que varía de 4 a 6 semanas y la movilidad se restringe hasta los 90º de flexión. Posteriormente, se debe seguir un programa de rehabilitación que haga énfasis en la recuperación de la propiocepción y de la fuerza perdida durante la intervención.

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